Saludos y bienvenida

Aquí empieza mi historia diaria como Reina Guerrera, advierto a los pusilánimes y cortos de miras, a los que sufren la dolencia del puritanismo, que leerán las palabras de una mujer completa, dura y a la vez tan dulce que pica los dientes, pero también los rompe...
Luego no vengan con quejas, si quieren quédense y disfruten conmigo, nadie les obliga a leer.
Un saludo y tened mi compañía, aunque no siempre la visita a vuestros Palacios será de cortesía.
Todo lo aquí escrito es fruto de la fantasía de la autora, cualquier relación con la vida real, es pura coincidencia (¿o no?)


miércoles, 18 de marzo de 2009

La Ira de mi Señor

Hoy ha sido un día agitado, fui lejos a buscar batalla y la encontré, mereció la pena y aunque solo iba con una minúscula parte de mi ejercito 80 Hoplitas (y la puñetera cabra que no se separa de ellos), una sola unidad de ariete, catapulta, mortero, cinco de médicos y cocineros, encontré una Guerrera de 110,550, me hacía ilusión enfrentarme a otra hembra, sin tropas flotantes me metí de cabeza en su isla e igualmente me sentí desilusionada cuando solo encontré en defensa 29 Hondoneros, que de un plumazo bajé a uno, perdiendo un Hoplita que me andaba medio agobiado por el mareo del viaje (la verdad es que cayó por la borda y se defenestro contra la escollera donde arriamos), el saqueo fue bastante mejor y compensó la distancia


Casi cuatro horas después arribé a mis dominios cansada, con solo ganas de tomar un largo baño caliente, comer algo ligero, beber un buen néctar de uva y dormir para aliviar mi cuerpo de batallas en muchos sentidos.
Para mi desgracia no pude librarme de que mi suegra me pillara entrando en Palacio, me comunicó que desaba compartir mesa conmigo, me excusé diciendo que quería ser atendida en mis aposentos, pero ella alego haberse pasado todo el día en las cocinas guisando para mi, "platoooooooooos exquisitos dignos de tan Gran Reinaaaaaaaaaaa", me gritaba en los oídos con sus rastreos serpentinos de silabas.
Cualquier día, juro por los Dioses que cometo un magnicidio...
A si qué, por no aguantarla fui a los baños a ponerme presentable para la comida, tenía sangre y sesos de Hondonero pegados por todas partes.
Una hora después, bellamente vestida y enjoyada, para hacer rabiar de envidia a mi Real Suegra, me presenté en la Sala de las Horas Muertas con aire altivo y majestuoso, la fina túnica que se me ceñía al cuerpo como una segunda piel era de muselina trasparente color oro que realzaba mi figura esculpida por las duras batallas, dejaba adivinar los turgentes y pequeños senos, el vientre liso y pleno de mujer madura, las caderas rotundas y redondeadas en su justa medida.
Con la cabeza alta en plan diva del Olimpo, me paseé delante de la madre de mi esposo y la muy zorra no tardó en vengarse poniéndome la zancadilla, por lo que terminé de morros sobre el duro mármol de carrara, toda despatarrada, despeinada y con el orgullo a la misma altura...
Disimulando ambas, nos sentamos a compartir la mesa, cuyos alimentos me sabían a puro veneno.
Tragaba penosamente sin mirar lo que me llevaba a la boca, mi suegra, al contrario de su costumbre apenas probaba bocado, solo me observaba fijamente con los pequeños ojos porcinos y un rictus incalificable como sonrisa. Algo había planeado la muy.... Estaba segura, tanta amabilidad, preocupación y esa mirada.... Había algo en el ambiente, mi sexto sentido me lo estaba diciendo a gritos.
Tenía que salir de allí y averiguarlo...
Fingí estar indispuesta y marche casi corriendo a las estancias de los esclavos llamando a gritos a mi criado más fiel:
-Turius, Taurius, acudid presto.
El hombre entró raqueando su triste figura con toda la premura que le permitía la avanzada edad.
-Mi Reina, que placer que os acordéis de este viejo...
Y se tiró al suelo intentando besarme los pies, me agache a su lado cogiendo tiernamente el marchito brazo.
-Levantad Turius, sabéis que me molesta tremendamente esa sumisión y más de vos que sois ya libre y no debéis pleitesía a nadie.
- Pero siempre seréis mi Reina.
-Turius, si es así como decís, ayudarme urgentemente... Necesito saber si alguien de la corte de mi suegra a salido de Palacio y si es así, que rumbo tomó...
El hombrecillo apenas dudo en decirme
-Lo sé mi Señora, mandó hoy a un criado a las posesiones de su hijo, vuestro marido, con una carta dirigida a él...
No le deje terminar, volví con paso apresurado a la Sala de las Horas Muertas a enfrentarme con esa maldita mujer, la muy zorra debía imaginar que ya me había enterado de sus plan maquiavélico, ¡informar a su hijo de mi visita nocturna!
-¡Vos.... vos!!- La grité señalándola con un dedo- ¡A vos ya os echaré cuentas mañana! ¡Ahora me voy a encargar de vuestro bastardo!
Abandone la estancia llena de furia.
Con que esas tenía la muy pécora, poco le había faltado para calentar la cabeza del hijo con historias perversas, pues me iban a encontrar los dos, si no me conocían aun, hoy saldrían bien de dudas como me las gastaba yo en combate...
Entre en mis estancias privadas y ordené a los esclavos que me trajeran ropa de batalla y vaciaran la habitación del mobiliario susceptible de romperse o de poder usarse como arma.
Al poco lucia yo ya, altiva como nunca con mis galas de muerte, mientras, observaba como quedaba en el cuarto poco más que el tálamo marital, situado en medio de la estancia.
Eché a todos fuera, prohibiendo que nadie entrara cuando viniera el amo, escucharán lo que escucharán, ni servicio ni guardia personal y di órdenes concisas que la escolta de mi marido estuviera retenida, aunque fuera a costa de su vida, en el patio del Palacio.
Nadie intervendría en lo que se avecinaba, solo él y yo...

A media noche hoy los caballos a todo galope, prisa traía mi Señor, la misma por verle yo....
Apague todas las velas que iluminaban la estancia, la luz de luna sería bastante para mis pretensiones.
Se oía un rife rafe abajo por los jardines, la escolta de mi marido era retenida.
Pronto sus pasos rotundos y ligeros a la vez sonaron acercándose.
Retumbó la puerta al ser abierta con impaciencia y brutalidad...
-¿Donde estáis Señora?- Bramó, el timbre de voz denotaba furia y sus ojos, no acostumbrados a la penumbra, no me encontraban.
-Aquí- Contesté sin alzar la voz- Aquí mismo Señor, esperándoos..
Y antes de que sus pupilas se acostumbrarán, levanté la espada en posición de ataque y cargué contra él con todas mis fuerzas... Pero acostumbrado a mil batallas, olió el peligro y con un gesto apenas perceptible paró el golpe con su acero, me agarró del pelo con dureza y a la vez que mordía mis labios en un saludo apasionado y rabioso, me espeto:
-¡¡Entonces es cierto!! Habéis estado con el General de los Perros...-
-A si es y por largas horas, esposo.-
Bajó su espada y de un empellón me separó de él, caída en el suelo vi como su imponente figura venia hacia mí, no temía a la muerte, pero sus ojos llenos de odio me hacían más daño que las peor de las torturas.
Apoyó la punta de su frío hierro en mi garganta y una gota de sangre manchó el noble metal.
-Siempre he sabido- Comenzó a decir con un tono de voz tan frío como el hielo- Que no me erais fiel. Que vuestra salvaje naturaleza e ímpetu, os hacía demasiado valiosa para un solo hombre. No me importaba compartiros en cuerpo, ya que siempre supe que vuestra alma era solo mía. Pero vos habéis traspasado los límites que podía soportar. Habéis sido impúdica en extremo, os habéis lucido con vuestros amantes delante de mi madre. Esa aptitud me resulta imposible de perdonar o de fingir que ignoro. No temáis, no voy acabar con vuestra inmunda vida... Os repudiaré, entraré como soldado en vuestros dominios, saquearé y quemaré vuestras ciudades, seréis entregada como esclava a mis soldados para que ellos os satisfagan. Vuestro nombre será borrado de nuestra Alianza y nadie recordará quien fuisteis..
Separó la espada de mi cuello y se arrodilló, descargando un fuerte golpe con el puño cerrado cerca de mi cabeza, los tímpanos me vibraron con violencia, puso su cara sobre la mía y mordiendo las palabras, me dijo:
-Vais a lamentar cada segundo de placer que no os e proporcionado yo.
Aprovechando la cercanía, levante una rodilla buscando el punto más débil de mi opresor y dí en el blanco, sus ojos se cerraron, un gesto de dolor se sumó a su cara tensa y noté que su cuerpo perdía fuerza, rápidamente le giré y me situé sobre él, a la vez que mi espada apretaba su garganta horizontalmente.
-Para eso, mi Señor antes debéis conseguir vencerme...-
- Por el Sagrado Oráculo de Delfos, sois una maldita salvaje, golpeáis cono hordas de bárbaros.
Si atacáis en esas zonas, mi querida Señora, dudo poder daros lo que tanto buscáis en otros y mucho menos, preñaros con un heredero que mejore la estirpe de vuestra maldita raza...-
Clave las piernas sobre sus flacos y apreté mas la espada, su nuez bajaba y subía intentando tragar algo más que rabia.
- Si llegará a tener ese bastardo, yo misma me quitaría la vida. Bastante sufre este mundo soportando a vuestra madre y a vos...-
Sus manos habían comenzado a acariciar mis muslos y noté como su virilidad debajo de mí anunciaba otro tipo de batallas.
- ¿Seriáis capaza de matarme?-
Apreté un poco más la espada.
-¿Acaso lo dudáis?-
Bajó mi cabeza hacía él, quedando solo separados por el temple del acero.
-¿Y a quien os llevaríais entonces a las Grandes Guerras?-
- Malos soldados como vos hay cientos-
Nos besamos largamente y sentir el metal apretándome la garganta me excitó en sobremanera.
- Tan malo no seré, Señora cuando os desposasteis conmigo-
- Me pillasteis en un momento débil.-
-¿Y no será que nadie os ha hecho sentir como lo hago yo?- Sus manos se adentraron en busca de mi naturaleza más intima.
¡Dioses! No podía aguantar el deseo hacia él.
Tiré la espada e inmediatamente se inició la última batalla anunciada,.
Volvió a girarme, situándose encima mío con todo su peso, le gustaba dominarme, pero esta vez no encontró resistencia, mis pupilas dilatas y mi boca entreabierta, le invitaba a otras acciones.
-¿Se os acabaron las fuerzas, Señora?
-Me las reservo para terminar con vos de otras maneras…-
-¿Estáis segura? Cuando termine suplicaréis clemencia.
Se levantó con esa agilidad felina que poseía en todo su cuerpo, el General era un hombre de constitución poderosa, su tamaño causaba admiración en las mujeres y terror en sus enemigos, pero poseía una gracia innata que le hacía ligero como el viento.
Sin dificultad alguna, me triplicaba en peso, me alzó y de dos pasos me volvió a posar en tálamo.

Así, altivo y con fuego en los ojos, se fue quitando las vestiduras, algo salpicadas con la sangre de mi cuello y emergió ante mí, como lo que era, el hombre más hermoso y mejor construido que había visto, sus brazos eran autentica mazas de muerte, de abultados y definidos músculos, su espalda, de dimensiones extraordinarias, terminaban en una cintura, adornada con magníficos y definidos pectorales, las piernas fuertes y largas en rara armonía con el resto del cuerpo, era un Dios, mi Dios…
Ya desnudo, comenzó con la misma parsimonia a quitarme las vestiduras, besó mi cuello herido y probó mi sangre, nunca antes nada me había provocado tanto placer.
Su boca recorrió mi cuerpo, para él era un mapa conocido y sabía los puntos donde guardaba mis tesoros, le dejaba hacer, había herido profundamente su hombría y necesitaba resarcirse de la afrenta.
No sé cuanto duro nuestro encuentro, perdí la noción del tiempo, vi salir el sol y volver la luna, mi guerrero solo descansó para pedir algo de bebida y comida, los criados que le atendieron intentaban asomarse para ver si yo seguía viva o muerta, pero les hecho con gesto brusco y volvió a bloquear las puertas.
He perdido esta guerra, he sido vencida por la más poderosa espada de Épsilon, he sido doblegada por el placer, dominada por la virilidad plena y absoluta de mi esposo, soy esclava de su cuerpo perfecto. Me ha dejado completamente abatida, sin fuerzas ni para llevar una copa de refrescante vino a mis labios, pero él, atento, me da de beber de su copa, por el mismo lado donde a depositado los labios, cerramos así un trato secreto y eterno de amantes, añade miel al elixir, para que me reponga, dice sonriente, por que aun no he terminado contigo. Tiemblo ante lo dicho, apenas me queda un hilo de aliento en el cuerpo.
Quedo dormida al instante con ayuda de la espiritual bebida, pero me vuelve a despertar su peso sobre mí..
-No….-
Pero él hace oídos sordos.
Vuelve a salir el sol cuando por fin me deja, el también descansa a mi lado ya sereno por la venganza.
No sé si duermo o pierdo el conocimiento, pero esa vez sin agitados sueños…
Al alba sin hacer ruido, bajé silenciosa como la muerte hasta las estancias del comandante de la guardia personal, las piernas apenas me sostenían y mi piel tenia síntomas de los momentos duros vividos, huelo a hembra y el soldado me mira con ojos que muestran algo más que respeto, hago caso omiso y doy ordenes precisas:
- Buscad al criado del séquito de la madre de mi esposo, que fue de emisario a sus ciudades. Cortarle la mano derecha y ponérsela con bandeja de plata en el desayuno a mi Real Suegra.-
Volví a los aposentos más mi Señor no estaba, había marchado con su ejercito, se oía el fragor de los caballos en la lejanía.
Se ganan batallas, pero no la guerra....

Sobre Guerras Mundiales

El día despierta magnifico una vez más, se nota que va acercándose la temporada de estío.
Ayer, ya tarde, vino el General Eipshia buscando grata charla y compañía.
Pasamos directamente a mis aposentos, para disfrutar ambos del encuentro y evitar la continua verborrea de mi suegra, que no dejaba de fulminar con la mirada a mi querido perro, aun creo oír rechinar sus dientes afilados.

Ordené a los esclavos que trajeran del mejor vino y manjares selectos para agasajar a tan noble invitado. Nos reclinamos en gruesas alfombras persas que han dispuesto para nosotros al modo árabe, Eipshia tiene la tez morena, cuerpo alto y fornido, de piel suave como si tuviera aceite de sándalo en las venas, de fuertes músculos y mirada serena, ojos negros, profundos, que atraviesan los míos y me dicen, sin palabras, cuanto me desea.

Me gusta este perro con su andar felino y olor a tantas batallas, le cuido y mimo, dándole de comer pequeños bocados exquisitos que escojo con deliberada desidia, para que él, entre delicia y delicia, pueda investigar debajo de mi túnica.

La comida se extiende durante unas horas, ambos somos infatigables guerreros y llevamos a la más alta cúspide del Olimpo los juegos en que tan experto es mi compañero. Quéjome yo del implacable asedio, él me mira y sonríe, sabiéndose vencedor, pero es gentil y considerado, cede en su ataque y me deja reposar, vencida y satisfecha sobre su pecho.
Entonces hablamos de cosas serias y de Estado, no hay que olvidar que ambos pertenecemos a distintas Cunas y Alianzas, quien sabe si mañana enemigos o aliados ante el resto del Mundo. Le cuento mi inquietud ante la rumología de una Gran Guerra Mundial, noto que su cuerpo se pone tenso y su mirada se endurece, solo es rumor, me dice, un rumor que lleva demasiado tiempo corriendo y que cada vez va perdiendo fuerza y credibilidad... Pero sus ojos me dicen otra cosa, teme que nuestros intereses sean contrarios a la hora de tomar partido, sabe mucho más, pero no quiere inquietarme.
Yo le agradezco el gesto con una sonrisa a medias, pero me conoce ya lo bastante para saber lo que pienso, viendo mi tristeza, me envuelve en un abrazo consolador y así nos dormimos.

Mi sueño fue inquieto y lleno de oscuros presagios...
Al amanecer le despido con esa pena que se queda cuando ves partir a alguien que aprecias.

Miro hacia el mar, está en calma como yo, decido salir a la batalla.
Buen enemigo encuentro, pero flojo en resistencia, con menos del 10% de mis tropas y en dos rondas lo dejo seco, así no tiene sabor: