Saludos y bienvenida

Aquí empieza mi historia diaria como Reina Guerrera, advierto a los pusilánimes y cortos de miras, a los que sufren la dolencia del puritanismo, que leerán las palabras de una mujer completa, dura y a la vez tan dulce que pica los dientes, pero también los rompe...
Luego no vengan con quejas, si quieren quédense y disfruten conmigo, nadie les obliga a leer.
Un saludo y tened mi compañía, aunque no siempre la visita a vuestros Palacios será de cortesía.
Todo lo aquí escrito es fruto de la fantasía de la autora, cualquier relación con la vida real, es pura coincidencia (¿o no?)


viernes, 27 de marzo de 2009

Inactividad

Ayer fue un día lánguido, tras la implacable sed de lucha del anterior, amanecí tranquila y serena, mi alma andaba en paz conmigo misma, decidí dedicar el día a poner en orden cuestiones burocráticas de la Alianza y asuntos domésticos de mis bienes.
Sentada en el gabinete de trabajo despaché importantes misivas a los Líderes y Generales de las fuerzas amigas y aliadas, las novedades acontecidas en el orden mundial de Epsilon, requerían actuaciones inmediatas y cambios en las líneas a seguir.
Tres horas después partían parte las tropas como fuertes escoltas de tales cartas.
Comencé a estudiar los intereses de la Alianza.
Movimientos sospechosos de miembros noveles (reportados por los espías que había introducido en sus embajadas), casi me lo confirmaban, mandé aviso a mi Líder, jinetes rápidos llegarían en una hora a los dominios de Titánico, hacia poco se había fundado una nueva colonia cerca de mis dominios, mis señores me protegían.
Al General decidí esperarle personalmente, algo me decía en el interior que le vería muy pronto...
Y así paso la mañana, papeleos, cuentas, aburrimiento...
Sobre la hora del almuerzo llegaron de vuelta mis emisarios con un breve texto:
"Actúa"
Mi Líder me daba carta blanca...
Escribí nuevas notas, esta vez a todos los miembros de la Alianza, las despaché y acudí a comer algo en las mismas cocinas de Palacio.
Desde el incidente con mi esposo, mi suegra y yo nos evitábamos mutuamente, lo que había traído cierta paz a la Casa Real.
Me gustaban estas dependencias, hervían en vida, los cocineros eran malhumorados y groseros, maldecían y pegaban golpes a los pequeños marmitones que se afanaban en cumplir sus ordenes, no me extraña que en batalla sus cuchillos afilados hicieran estragos al enemigo.
Las criadillas corrían inquietas intentado poner orden y algo de paz, a la vez que aguantaban los pellizcos y groserías de los cocineros, sí, desde luego me encantaba la vida que se derrochaba aquí, nadie me hizo caso, sabían que deseaba intimidad y pasar inadvertida.
Me recogí el pelo en una cómoda coleta y agarrando, como uno más, un viejo cuenco de barro, me puse en la cola del avituallamiento, mi gente comía bien, había que cuidar con el esmero al pueblo.
Ya servida me senté sola en una de las grandes mesas más alejada de todos, quería observar y empaparme de la alegre algarabía de mi gente...
Un estruendo de caballos al galope entrando en el patio me sacó de mis pensamientos..
¡¡Llegaba mi Señor!!