Saludos y bienvenida

Aquí empieza mi historia diaria como Reina Guerrera, advierto a los pusilánimes y cortos de miras, a los que sufren la dolencia del puritanismo, que leerán las palabras de una mujer completa, dura y a la vez tan dulce que pica los dientes, pero también los rompe...
Luego no vengan con quejas, si quieren quédense y disfruten conmigo, nadie les obliga a leer.
Un saludo y tened mi compañía, aunque no siempre la visita a vuestros Palacios será de cortesía.
Todo lo aquí escrito es fruto de la fantasía de la autora, cualquier relación con la vida real, es pura coincidencia (¿o no?)


sábado, 28 de marzo de 2009

Desidia

Anochecía cuando conseguí que mi Señor se durmiera tranquilo.
Había llegado extenuado, sucio y con cara de no haber comido caliente en días.
Le acompañé a nuestros aposentos y ordené que trajeran vino, viandas abundantes y prepararan un buen baño con especies aromáticas. Después de realzadas las tareas pedidas, abandonaron la instancia en silencio, sabían perfectamente que queríamos estar solos.
Ayudé a mi esposo a desnudarse, se dejaba hacer como un niño pequeño deja a su madre, su cuerpo poderoso, era ahora pura derrota ante el cansancio.
Ya en la bañera, froté suavemente su piel casi negra, de tantas horas expuestas al sol del campo de batalla, olía al moho pernicioso de la cueva donde se refugiaba. Recorrí con los dedos cada una de sus cicatrices y las besé con ternura, el Gran Guerrero era como dulce de leche en mis manos, masajeé su portentosa espalda, sus músculos se relajaban por el efecto del agua caliente y mis expertas manos.
Casi vencido, como un anciano, le ayudé a salir de la bañera, sequé su cuerpo y lo uncí en aceites de misteriosas formulas, que daban vigor y temple a los cuerpos exhaustos.
Vestí su desnudez con una bella manta de piel de tigre blanco, le senté ante la mesa, repleta de exquisiteces y comencé a servirle, como sirve una mujer a su hombre hambriento.
Al principio parecía solo querer la comida para jugar, pero poco a poco, los cuidados hicieron su efecto y el brillo de vida y pasión que caracterizaba su mirada, volvieron a resurgir y con ello mi alegría.
Ya haito, nos tumbamos juntos en lecho matrimonial y comenzamos a hablar tranquilamente de los asunto de Palacio, la precaria que era la economía para los grandes ejércitos, las cruentas batallas que se estaban llevando acabo en nuestro mundo y que tarde o temprano nos engullirían y harían tomar partido hacia algunas Alianzas. Mi esposo quedó dormido plácidamente poco después, me acurruqué a su lado y dormité también.
Hasta que una mano fría me despertó sobresaltada.
-Es urgente, mi Reina.- Era mi Consejera Real de Guerra.
Dejé durmiendo a Zarathustra, sabia más o menos que me esperaba, pero nunca imaginé quien me reclamaba.