Saludos y bienvenida

Aquí empieza mi historia diaria como Reina Guerrera, advierto a los pusilánimes y cortos de miras, a los que sufren la dolencia del puritanismo, que leerán las palabras de una mujer completa, dura y a la vez tan dulce que pica los dientes, pero también los rompe...
Luego no vengan con quejas, si quieren quédense y disfruten conmigo, nadie les obliga a leer.
Un saludo y tened mi compañía, aunque no siempre la visita a vuestros Palacios será de cortesía.
Todo lo aquí escrito es fruto de la fantasía de la autora, cualquier relación con la vida real, es pura coincidencia (¿o no?)


sábado, 11 de abril de 2009

Magnicidio

Cae la noche y dejo silenciosamente a mi Señor plácidamente dormido, haito de mi.
Visto nuevamente mis ropas de guerreras, están rígidas por la sangre cuarteada que aun llevan.
Salgo a las cuadras Reales y monto el corcel Zulu, solo yo y mi Señor tenemos ese poder sobre él.
No le dirijo las riendas, sabes donde vamos.
Lejos están los dominios de mi esposo, casi duermo encima de la montura de puro cansancio cuando diviso la cima de la montaña donde comienzan sus Tierras.
Veinte minutos después descabalgo a la puerta de la Cueva Sagrada, los centinelas me reconocen y plantan una rodilla en el suelo en señal de sumisión y respeto, soy la Reina, paso a su lado ignorándolos.
El lugar parece sumido en tinieblas, voy a las mazmorras de Palacio, todas las puertas se abren a mi paso, nadie osa darme el alto, ven la Muerte en mi mirada...
En lo más hondo de la cueva se halla una habitación especial, allí mi esposo condena a los más despiadados asesinos, dos monjes la guardan, en ella está su madre encerrada.
-Abrir.-
Dudan unos segundos, pero obedecen.
Entro altiva, con andar pausado, como debe hacerlo una Dama de la Realeza, mi suegra se halla tendida en un camastro lleno de mugre, unos harapos la cubren, de la anterior mujer no que nada más que su aun gorda figura y voz de ladrido.
-Levántate ante tu Reina querida Suegra.-
La figura se sobresalta, debía estar durmiendo, clava sus ojillos porcinos en mi y veo brillar el temor, la ira y las ganas de matarme con sus propias manos.
-¿Reina? ¿Donde reináis vos? ¿En los lupanares de los puertos?-
-¿No salisteis vos de ellos? Quizás por eso estaba destinada a desposarme con vuestro hijo.-
-Nunca permitiré que mezcléis nuestra sangre noble con la de vuestra raza de ramera, Señora.-
-Si lo sé y lo conseguisteis... Pero voy a arreglar eso...-
Saqué una fina daga, pero mortal de mis ropajes, con un tajo certero abrí una fina línea en mi brazo derecho, pasé el arma a esa mano, soy diestra, pronto la sangre que manaba de la herida tiño la afilada daga.
Me acerqué a mi Real Suegra hasta pegarme a su vil cuerpo, mi boca quedaba más allá de su cabeza y me incliné para murmurarla al oído:
-Perdí gracias a vos al Heredero, perdí a vuestro futuro nieto, perdí a mi hijo... Ahora ir a buscarle a los dominios de Hades...-
Hundí hasta la empuñadura el arma en su vientre seboso, era como cortar la grasa inmunda de un cerdo, no encontré resistencia, con un golpe seco ascendí hasta el borde del esternón, no quería que tuviera una muerte rápida, debía sufrir la mayor agonía.
Me separé y sacando la daga, me miraba con cara de incredulidad y un rictus de dolor comenzó a dibujarse en sus rostro.
Se observó la herida infligida que sangraba a borbotones e intentó retener la inmundicia que pugnaba por salir de su cuerpo
Pero era tarde, nada la salvaría.
-Nuestra sangre ya se ha mezclado mi querida suegra, podéis morir en paz.-
Até con unos jirones de trapos que tenía en la cama mi brazo sangrante y abandone la estancia como había entrado, con paso altivo.
Ya podía enterrar a mi hijo en la memoria y dormir por las noches.