Saludos y bienvenida

Aquí empieza mi historia diaria como Reina Guerrera, advierto a los pusilánimes y cortos de miras, a los que sufren la dolencia del puritanismo, que leerán las palabras de una mujer completa, dura y a la vez tan dulce que pica los dientes, pero también los rompe...
Luego no vengan con quejas, si quieren quédense y disfruten conmigo, nadie les obliga a leer.
Un saludo y tened mi compañía, aunque no siempre la visita a vuestros Palacios será de cortesía.
Todo lo aquí escrito es fruto de la fantasía de la autora, cualquier relación con la vida real, es pura coincidencia (¿o no?)


jueves, 1 de abril de 2010

La partida (II Parte)

Las semanas transcurrieron rápidamente. El tiempo parecía suspendido en una banda infinita de sensaciones placenteras, mi anfitrión resultó ser lo que esperaba, una delicia para los sentidos más exigentes, caballeroso, atento, divertido, con una atrayente personalidad y un gusto esquisto que llenaba mis días de infinitas dichas.
Vivía en un hermoso y austero palacete al borde del mar, la belleza y la calma del entorno, invitaba a la vivir con la tranquilidad de un monasterio, mas su poderosa flota, siempre encabezada por “La Capitana”, rompía el encanto y me recordaba guerras crueles.


Recuperé la paz interna, mis huesos, tan maltratados en batalla, se rellenaron de una carne joven y palpitante, la lozanía, ajada por las numerosas contiendas, volvieron a mis mejillas, me sentía bella nuevamente y el apuesto corsario, me lo hacía notar a cada momento con sus gentilezas y atenciones.
Cazábamos, montábamos a caballo, organizaba para mi entretenimiento, veladas donde la fiesta era continua y llena de colorido, la comida y la bebida más selecta nunca faltaba, los músicos se veían por doquier para llenar todo de una suave melodía que calmara mi espíritu inquieto.
A pesar de la cercanía que nos unía y el roce diario, mi caballero del mar, jamás había intentado sobrepasar los límites de una amistad sincera, nuestros ojos se buscaban continuamente despidiendo reflejos de deseo, la piel se nos erizaba cuando entraba en contacto, aunque fuera un simple roce al ofrecerme una copa de vino, aun así, no habíamos cruzado la línea fina que separaba una amigable compañía a un desbordamiento de pasión.
Pasaba las noches en mi aposento, tumbada en un gran lecho de seda, con la mirada fija en la puerta, cada ruido que escuchaba, creía que sería él, que venía a por mí, pero siempre me dormía con ese sueño en la mente, un sueño que quedaba en eso...
Fue así como llegué a olvidar mi Reino, a mi pueblo…
Pero un buen día la realidad me sacudió cruelmente de la mano de un emisario. Apareció ante las puertas de palacio, su rostro denotaba seriedad, se dirigió hacía mi con el respeto que merecía su Reina, mas su mirada era fría y distante, estaba perdiendo el favor de mi gente.
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Mi Señora.- Dijo clavando una rodilla ante mi.- A mi pesar, no os traigo buenas nuevas.-
Y diciendo esto con voz grave, me tendió un pergamino sellado con el emblema de mi Real Casa, retirándose sin mirar atrás, ni esperar una posible contestación.
Su actitud y la frialdad del papel, me encogieron el corazón. Me temblaban las piernas y apenas llegué a sentarme en el pequeño trono donde recibía las vistas, me quede mirando absorta el rollo, temiendo abrirlo. Sentí la mano cálida de Cranek sobre mi hombro.-
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¿Noticias de vuestro hogar, mi Señora?-
Levanté la mirada hacía él y sin saber por qué comencé a llorar sin emitir sonido alguno, le tendí el maldito pergamino y lo abrió, leyéndolo con lentitud, una vez terminado, se arrodilló a mis pies y cogiéndome ambas manos me miró y con una dulcera extrema, enjuagó mis lágrimas.
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Señora, debéis partir, vuestro pueblo os necesita.-
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Si, lo sé.-
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No estéis triste, siempre tendréis aquí un lugar seguro donde refugiaros.-
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No sé deciros, ni como agradeceros lo que habéis hecho por mí… Yo…-
Posó tiernamente sus labios en los míos y silencio mi voz, fue el beso más simple y dulce que había experimentado nunca, sentí que mi ser se abandonaba a una delicia momentánea sin límite, mi corazón se detuvo los segundos que apenas duró.
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Volveréis. Mandaré construir un palacio en mi isla para vos, será parte de vuestro Reino, se llamará Petra, por que como vos, tiene la dureza y la nobleza de la roca, mas por dentro, tenéis la sencillez de una mujer, una mujer increíblemente dulce y hermosa.-
Le miré fijamente y supe que era un juramento, una promesa que culminaría mis noches de espera. Algo se movió en mi interior, estaba conmovida por todos los sentimientos que fluían entre los dos, me levanté recuperando la altivez que me caracterizaba y con voz profunda, posé mis manos sobre sus hombros, como una Reina nombra a su caballero en los duelos de honor.
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Que así sea, en mis dominios de Schawios, también levantaré un palacio digno de vos, su nombre será Corsario en vuestro honor y pasará a vuestro dominio, de esa forma, dos de los pueblos de Epsilon más poderosos aunaran su fuerza en una sola.-


Le dejé así, arrodillado mientras desaparecía rumbo de nuevo a mi hogar, de espaldas no vería mis lagrimas de desconsuelo caer.